“Amigo, ¡esto es un
marco apropiado para el ultimo canto del sumo sacerdote de Satán!”
El
Último Canto de Casonetto – Robert E. Howard.
Yo
estaba en el público cuando aquel soneto comenzó un terrible y casi que
insostenible crescendo que aturdió a tal punto a varios hombres que lo
escuchaban. El rostro del director de la pieza; un hombre de contextura magra y
cabellos alborotado por la efervescencia de la música, lucia su rostro
enfurecido, rojizo y sus dientes apretados en un mordisco de infinita ira. De
vez en cuando miraba hacia atrás y veía a un viejo director de la Orquesta
Filarmónica de F… y seguía el ritmo siniestro y rutilante casi que haciendo un
estropicio con notas que ningún hombre mortal había soñado alguna vez.
Pero ¿Por qué todo esto? ¿Por qué el
director de esta trepidante pieza musical odiaba con fervor al director
anterior de la filarmónica donde estaba? Eso es algo que tendríamos que
desenmarañar desde el inicio de esta relación dolorosa y despectiva maestro-alumno.
Pietro Ferenello; el antiguo director
de la filarmónica, era un hombre ruin y despiadado con cada uno de sus
estudiantes. Y si alguno tenía cierta afinidad musical diferente o poseía algún
auge de cambio, su despectivo modo de tratar, desterraba de tu ser la
inspiración, no importando que tan bueno fueras. En aquella época; donde
Ferenello era un hombre que aun podía sostenerse, llegó a él, un joven
violinista cuyos anteriores profesores lo habían catalogado como el próximo
Paganini por la pasión y facilidad con la cual tocaba el instrumento. Una
verdadera entidad musical era este muchacho conocido como Fabrizio Barbacalli.
Ferenello se sintió amenazado ante el
revuelo que había hecho solo este joven con su carismática presencia y el ardor
que poseían sus dorados ojos al tocar la pieza que le pusieran delante de
él. Así que en un ataque de celos, Ferenello delante de todos lo que tocaba, agarró el violín del joven, lo
destrozó a patadas y escupió al rostro de Barbacalli mientras decía:
—Esta es una de las peores
interpretaciones que he escuchado en mi vida. Vuelva al pueblo de donde vino.
Aquello no amilanó a Barbacalli el cual
se vio a la tarea de buscar un nuevo violín y practicar todas sus piezas con
más ahínco. En esa época conoció a la violonchelista Petrova Ivantera con la
cual sostuvo una relación en secreto y ella fue la que le regaló su nuevo
violín. Fabrizio había probado de las mieles del amor y sentía que podía
conquistar cualquier montaña por sacarle una sonrisa a Petrova y desobedecer
los viejos estatutos que colocaba incansablemente el viejo director de la
orquesta. Tanto que algunos de los estudiantes comenzaron a preferir las nuevas
formas con las que tocaba Fabrizio antes que la rudimentaria y ortodoxa manera
de Ferenello.
Se cuenta que en uno de los ensayos
para montar una de las obras de Ferenello, uno de los violinistas comenzó un
ataque descendente que no iba en la obra. Era melodioso, pareciera entrar a un
profundo abismo de sentimientos encontrados dándole alma a la obra de
Ferenello. El maestro estalló con una rabieta amenazando al muchacho con la
varita del director y cuando este se presentó al frente, le cruzó la cara con
una bofetada, la cual reventó sus labios. El viejo preguntó:
—
¿En dónde has escuchado esa música degenerada? ¿Qué haragán abusó de
la música de tal manera?
El muchacho respondió con furia en sus
ojos:
—Fue Barbacalli y su expresión musical.
El viejo Ferenello estaba furioso ante
tamaña ofensa proferida por un don nadie. Atravesó los pasillos de la academia
hasta encontrar la romántica escena de Fabrizio y Petrova que tocaban una
sonata compuesta por ellos. Era genial, y contenía sentimiento que rellenaba el
espacio donde estaba. Pero, Ferenello arribó como un toro y aferró el cuello de
Fabrizio, lo golpeó con el revés de su mano, proyectándolo
contra unos estantes con libros. Luego vociferó tantos improperios que se
volvió insostenible para los castos oídos de Petrova que huyó ante la demencia
del maestro. El ruin director de la orquesta lanzó una amenaza tan grave que a
Fabrizio se le rompió el alma en dos ante las palabras proferidas por el ruin
hombre:
—Hare tu vida miserable Fabrizio
Barbacalli. Desearas nunca haber aprendido a tocar un instrumento de ningún
tipo. Te exiliaré de las artes y serás tan recordado como los anónimos héroes
de la antigüedad. ¡No serás nada! ¡Al olvido te condeno por tu irrespeto!
Así comenzaron las seguidas desgracias
de este artista tan suculento. Pietro Ferenello fue el artífice de muchas
macabras coincidencias que se dieron estando en la institución y fuera de ella.
Solo
por nombrar aquellas desgracias, habré de mencionar que los padres de Petrova
al enterarse de que su hija sostenía un romance con un vulgar músico que no respetaba
las órdenes del director; mandaron a por su hija enviándola a su país natal,
donde le buscaron pretendiente, se casó; dándole una buena dote al yerno para
callar la semejante vergüenza proferida por su hija al no ser virgen. Y
engendró tres niños, con los cuales no tuvo tiempo para volver a tocar el
violonchelo. Esto le partió el alma a Barbacalli que cayó en una profunda
depresión, solo teniendo conocimiento de causa vagamente pues sostuvo
conversaciones con Petrova por cartas hasta su casamiento, el resto de esta
mala historia tuve que dársela yo por caridad del pobre hombre cuando le conocí.
Antes de su exilio voluntario, el mismo
Pietro envió a Fabrizio a buscar un encargo de unos nuevos pianos al muelle,
para que distrajera su congestionada mente que yacía en un estado de
desasosiego al haber perdido a su querida Petrova. El viejo se mostró bastante
amable ante él, pero debido a su estado, solo se limitó a seguir la orden que
lo remitió a uno de sus tantos fatales destinos. De regreso a la academia, dos
fuertes y macizos obreros; contratados por el malvado Pietro, cayeron sobre el
joven violinista y lo arrastraron a un callejón. Uno de ellos saco un martillo
y el otro extendió la mano de su víctima. Barbacalli imploraba perdón y
prometía mucho dinero si lo dejaban sano y salvo, pero sus victimarios fueron
sordos a las suplicas, complaciéndose con el fatuo crujir de los falanges ante
cada golpe que le dieron a sus dedos. Fue la sinfonía desastrosa de su vida y
el recuerdo más latente que tenía en su exilio.
Sus chuecos dedos, no tocaron la
suavidad de un violín por casi un año y las excelentes melodías que tenía en su
cabeza se difuminaban ante el reticente dolor que le provocaba solo pensar que
sus manos no podían volver a hacer música. Se había bloqueado a sí mismo su
fase de creador musical e ingenio propio de un violinista y maldijo a su dios
en ese momento por haberlo dejado desamparado ante el ataque de aquellos
hombres.
El oscuro ingenio de Pietro Ferenello
atacaría dos meses después cuando una pequeña guerra civil estallo en la
provincia de C… los músicos fueron requeridos para engrosar las filas del
ejército pues el país, en ese momento, carecía de uno. El maestro argumentó que
él no podía ir debido a su edad y que sería tan solo un inútil pero que podían llevar
a Fabrizio cuyo vigor y fortaleza le sobraban y no temería morir por los
ideales de la nación. Barbacalli fue citado al ejercito con una amenaza que
rezaba: “aquel que se acobarda y se queda en su patria será fusilado, aquel que
quiera vivir y no combatir puede darse por exiliado”. Ambas opciones le
quitaban el aliento al músico cuyo pensamiento pacifista no entraba en las
belicosidades que se vivan en las guerras, sin dudarlo, dejó todo atrás y en la
noche de ese mismo día, sus pies le dieron el exilio forzoso que le duró casi
cinco años.
Aquí hago una pausa querido lector para
que asimiles y veas lo ruin y despiadado que puede llegar a ser un hombre que
quiere imponer la ley a la fuerza. Buscará cualquier medio para subyugar a los
suyos y desgraciará a quien tenga que desgraciar para que su hegemonía
permanezca presente. Algunos le han llamado tiranos, otros señores con poderíos
humanos, pero yo digo principiante; le llamo principiante. Pues cuando un humano llega a tocar las
puertas de lo sobrenatural, su avaricia destructiva y el fuego que emana su
venganza no se apagará hasta ver a todo aquel que alguna vez le juzgo mal, en
un estado peor del cual se encontró el ofendido alguna vez.
Fabrizio Barbacalli deambuló sin rumbo
ni camino fijo. Solo seguía el norte que se le presentaba el sol en su
tranquilo día, y en su renuente noche, una luna de brujería y espanto se
presentaba ante él y lo hacía tener horrible pesadillas que le avisaban de la
proximidad de algún ser que no debía ser de este plano, un ser que lo vigilaba
desde las sombras de su mente cansada.
Camino por tantos pueblos y las
historias que se fue creando alrededor de él y su grueso estuche de cuero en
donde llevaba su violín. Al principio eran cuentos sencillos, desde el hecho de
era la vaga alma sin descanso de un reconocido músico que murió en la guerra de
C… hasta el grado límite de decir que era un hechicero enviado del infierno el
cual recolectaba almas y en el viejo estuche tenía un cuerpo de un feto, el
cual había pactado con el mismísimo Lucifer para obtener poder. ¡Las barbaries
que dice la gente al ser una manojo de ignorantes!
El violinista en mucho de esos pueblos
de camino fue abucheado, apedreado y llamado hereje, y este volvió a maldecir a
su suerte. La total desgracia había llegado a su vida. Su aspecto físico cambio
por completo, sus mejillas se recogieron dejando ver un esquelético rostro. Su
cuerpo se volvió magro, las coyunturas de sus huesos sobresalían y sus ávidos
ojos ahora parecieran dos trozos de carbón en un tazón hondo. Sus cabellos y barbas
largas y raudas lo hacían ver despreciable.
Cansado de la vida, desvió su rumbo a un
peñasco con una abismal caída donde el viento susurraba los nombres quienes
habían conciliado la misma idea que ahora germinaba en él. Descargó las pocas
cosas que tenía y las colocó a un lado, lloró al verse obligado a tomar tan
brutal decisión y ya determinado comenzó a avanzar a donde sería el final de su
vida.
Pero algo ocurrió. El triste y lastimero
ruido de un violín cerca lo llamo como la voz de su amada profiera su nombre a
gritos para que no resolviera las cosas así. Por un momento desistió de tan
macabra idea y movido por la curiosidad se dejó internar entre los espesos
matorrales de donde emanaba la música. Allí encontró a un grácil hombre,
rollizo, y bien vestido. Tenía un mostacho de la época al igual de sus cabellos
arreglados y gráciles y dorados como el sol cuando se alza por el horizonte.
Vestido de elegantísima forma, tocaba un violín hecho de madera oscura y sus
ojos se reflejaban con la misma fuerza con la cual se había visto alguna vez en
sus buenos años.
El distinguido hombre se sorprendió al
verlo de tal manera como una aparición fantasmal, pero al verlo a él y la
ternura con la que contemplaba el instrumento entre sus manos, decidió que era
un hombre desdichado que solo buscaba la melodía de su violín. El bien vestido
hombre; aun preocupado, reinició su tonada mientras los ojos de Barbacalli
volvían a encenderse y se le inundaban en lágrimas ante la belleza de la
melodía. Fabrizio, salió de los matorrales como una bestia asustadiza como si
le ofrecieran alimento para su alma.
Luego el violinista se detuvo y
Barbacalli se alzó, le hizo una seña de que esperará y entró a los matorrales
para luego aparecer con un estuche de violín. Había estado tanto tiempo en
silencio que solo tenia vagos los recuerdos de cómo se hablaba. Así, le tocó
sacar su violín; sucio y destartalado, y tocar lo que mejor pudiera. Ambos se
unieron en una melodía que les sabía a infortunio y a crueldad a ambos hombres.
Después de tocar ambos se presentaron como músicos. El aseado hombre se
presentó a sí mismo como Leonardo Teufelmann y estiró su mano al manojo de
huesos que tenía Barbacalli por extremidad.
Leonardo lo invitó a su casa en la
colina, una espléndida casa con acabados rústicos y una estética autentica de
una forma de ver la vida que ningún ser la había visto. Entre los haberes
mágicos de este excéntrico musico, habían instrumentos que el hombre tardaría
años en hacer. Había lámparas que alumbraba con un fuego tan irradiante y
estaban encapsuladas en bolas de cristales donde no podrían escapar. Pisos de
acabados tan limpios y bien logrados con paredes con ornamentos que solo en la
imaginación actual se haría referencia a lo que son en la actualidad.
El señor Teufelmann vivía solo en ese
lugar, así que él sirvió como amo y criado a su visitante. Calentó agua para
que se lavara, le dio ropajes nuevos, hizo aparecer comida en un santiamén y lo
sentó a la par de su persona. Leonardo y Fabrizio hablaron largo y tendido durante
toda la noche y entrada la madrugada. Fumaron hierbas con los efectos de la
adormidera y tomaron los violines haciendo una opereta con tonalidades
espantosas para cualquier persona cuerda que tuviera los pantalones de pasar
por los horrores que generaban los fragmentos de cada pieza. Después de que los
gallos escarbaran en el lodo por el pronto amanecer que venía, los hombres se
dispusieron a dormir en sus cuartos hasta después de que el sol hubiera pasado
la cúspide de su hora diaria.
Barbacalli casi que se instaló a vivir
con el señor Teufelmann y ambos se contaron cosas intimas de su vida pasada.
Teufelmann, al enterarse de lo miserable que había sido su maestro, lanzó un
improperio y se acercó de manera sonriente a un asustado Barbacalli,
susurrándole al oído:
— ¿Y no quieres venganza?
En ese momento, la ira subió a la cabeza de
Fabrizio y dijo lo que sería su frase condenatoria:
— ¡Vendería mi alma al Diablo por
cumplir mi venganza! —Leonardo, se separó de él y rió de forma cavernosa. Contempló
la figura iracunda y extrañada de su amigo, y repuso:
—Sí en verdad te crees capaz de hacer
eso, sal al patio a la media noche con tu violín y toca el Ave María al revés,
ante ti no aparecerá el mismísimo Satanás pero sí uno de sus servidores. Sé
cauteloso y no pidas estupideces; recuerda que tienes una sola oportunidad de
inmortalizarte en esta vida y la eternidad para penar en el Averno.
Al comienzo Barbacalli pensaba que se
trataba de una broma de mal gusto, pero al ver que su amigo se mantenía en pie
y daba por menores de una invocación a un ser infernal, las cosas comenzaron a
cambiar. La idea lo espantó y huyó a su cuarto donde la soledad lo embriago de
su silencio. Al cabo de unas horas, Leonardo llegó con una charola con té y le
ofreció disculpas si lo había ofendido durante el parapeto que antes había
dicho. Después dijo a su invitado que iría al pueblo debido a una celebración e
incluso le extendió la invitación, más sin embargo Fabrizio denegó con un gesto
noble y demostrando la amistad que se habían profesado las últimas dos semanas.
Pero, como ya habíamos dicho
anteriormente, la ambición del hombre es más grande que su prudencia; y aún más
si es alimentada por la curiosidad. Barbacalli revoloteaba en la cama, sudoroso
y pensativo, y siempre despertaba con una melodía en su cabeza, una melodía que
le llamaba a tocarla, a sentirla. Su temor fue superado cuando la máquina de la
venganza se desarrolló en su mente como una idea que germina en su desesperado
corazón. Así que agarró el estuche y salió al patio donde un halo de luna lo
fijo desde que se asomó a sus dominios de nocturnos proceder. Y la melodía
volvió, y sus dedos se movieron solos, y en una pasión encarnada tocó como
solía tocar las cuerdas de su violín. Frotó las cuerdas con bravura y tesón e
hizo hablar a su desvalido violín.
Cuando
terminó su majestuosa interpretación, hubo un palpable silencio y los vientos
se arremolinaron haciendo el ambiente denso. Una grieta se abrió del suelo y
emergió un trono donde permanecía sentado un ser salido de la retorcida cabeza
de un enfermo. Un hercúleo hombre de piel dorada, de anchos hombros y músculos
definidos, pero la excepción era su cabeza y sus extremidades inferiores, pues
eran muy parecidas a las de un macho cabrío, con sus largos cuernos retorcidos
y su dorada mirada penetrante. En su mano derecha tenía un bastón con la cabeza
de una cabra por empuñadura. Y como si fuera poco, el terrorífico ser tenía la
habilidad de hablar la lengua de los hombres y su tono era parecido al eco de
una piedra que cae al vacío.
Fabrizio estaba incrédulo al ver cosa
semejante frente a él y en su mente rondó la idea de partir de ese maldito
lugar. Pero el ser mitad cabra, mitad hombre, logró ver a sus ojos y notó un
brillo que solo poseen las personas que tienen asuntos pendientes con personas
en el pasado. En una grotesca mueca, el demonio sonrió y ladeo la cabeza como
si divirtiera por la incomodidad que generaba al violinista, después comenzó un
discurso parecido a una salmodia profana e inhumana acerca de su poder y lo que
le puede conceder a los hombres con su maldad. Y Barbacalli oyó el discurso con
su corazón abierto, escuchando las horribles cosas que este ser se ufanaba en
decir y quedó más sorprendido cuando habló con lujo de detalle la desgracia de
su vida y el autor material de cada una de sus desgracias. Inyectado con la ira
de la verdad, Fabrizio Barbacalli gritó:
—Maldito seas Pietro Ferenello. A ti
esta noche ofreceré tu alma al Diablo para que sufras en muerte lo que sufrido
yo en vida. Me quitaste todo y ahora solo mi venganza es la que aviva mis ganas
de vivir. ¡Donde he de firmar!, pues si he de condenarme por esto, por lo menos
a unos cientos quiero llevar conmigo
El ancestral demonio tomó su bastón y
golpeó el suelo, haciendo que las brisas se volvieran a arremolinar junto a las
hojas secas de un otoño que acompañaba la escena. De la pila apareció un cáliz
de oro y el espantoso ser le dirigió una mirada al músico que ahora también
miraba al artefacto.
—
¡Levántalo! —comandó la vacía voz del ser y presuroso obedeció el hombre. En el
cáliz había un líquido viscoso, parecido al vino tinto por su color más no por
su contextura. En ese instante, Fabrizio sintió una inmensa necesidad de
beberlo a lo cual los brillantes ojos del macho cabrío resplandecieron con placer
ante semejante debilidad humana. Bebió con los ojos cerrados hasta que no quedo
ni una gota en la copa, cuando los abrió no había nada a su alrededor, solo
oscuridad y un bosque seco donde sus retorcidas ramas recordaban a seres
proveniente de planos más allá de la existencia.
Cuando regresó a la casa, tomó el violín
entre sus manos y como un alud de pensamientos miles de sonatas llegaron a su
mente, agolpadas y como si quisieran salir por cualquier medio que encontraran.
Barbacalli, en una sola noche, perfeccionó su técnica con el violín y aprendió
a tocar la gran mayoría de los instrumentos que había en la casa de su amigo
Leonardo.
Cuando el señor Teufelmann llegó,
encontró un magno desorden por toda la sala y los cuartos. Las paredes estaban
pintadas con miles de notas y acordes cuya interpretación debía ser algún acto
diabólico. Siguió con cierto temor, apartando los instrumentos con su bastón,
hasta que encontró a una figura sentada frente a su mesa de negocios. Cuando
arribó y quiso impactar a aquel saqueador, se halló con la figura de su amigo
Barbacalli. Pareciera como si estuviera en un trance, con los ojos entornados
hacia arriba y su manos convulsas hacían pentagramas musicales que eran
rellenados con acordes de infinitos tiempos. A su alrededor habían miles de
hojas regadas donde se veía en las partes superiores nombres de instrumentos
que complementaban la sobrenatural obra que hacia Barbacalli en ese momento.
De un momento a otro, el perturbado
Fabrizio se detuvo y cayó exhausto debido a la noche que había tenido. Leonardo
salió del despacho y le trajo unas cobijas para que pudiera dormir con su
demencial obra. Cuando despertó, estando más en sus cabales, revisó pieza por
pieza hasta unirlas en el soneto que le daría la fama con la cual podría cobrar
su ofensa. El Soneto de Barbacalli fue, “una obra exquisita” dijeron algunos
críticos de la época, mas pareciera como si las notas se cortaran en el crescendo, dando un final prematuro
aunque igual de novedoso y espectacular.
Teufelmann fue el que la hizo famosa. El
filántropo, teniendo las propiedades monetarias para hacerlo, contrato a una
filarmónica para su amigo Fabrizio. Y esta orquesta se presentó en una de las
plazas más reconocidas del mundo. Aunque tocaron al frente de una audiencia incrédula
al ir y escuchar a un director musical salido de ningún lugar, la sorpresa fue
tal que los aplausos duraron casi un cuarto de hora, ante el asombrado Fabrizio
que sonreía complacido ante el singular espectáculo que había dado.
Pronto su fama se extendió por todo el
continente y los ministros de cultura hablaban de temporadas enteras para
escuchar El Soneto de Barbacalli, dirigido por el mismísimo Barbacalli en
personas. Muchos señores de alta alcurnia se arrodillaron ante él y besaron sus
pies mientras lloraban al sentir la pasión de la pieza musical. Y mientras
Leonardo gozaba con el dinero que aumentaba de manera desproporcional y daba
fiestas que terminaban en orgias interminables con varios días de duración,
Fabrizio solo esperaba la carta de su país.
Su
deseo se concedió en una tarde del séptimo invierno fuera de su patria. Una
carta con el sello del Imperio llegó hasta su puerta, implorando que presentara
su majestuosa obra a un país que necesitaba de arribo y empuje después de la
demoledora guerra. Que no había mucho por pagar pero perdonarían su falta
contra la Patria si presentaba su obra. Leonardo renegó pero a Fabrizio solo le
interesaba su venganza y sin más decidió llegar a su tierra.
Llamó a sus músicos que ya eran avezados
en la pieza y dijo que esta vez, tocarían con los ojos vendados y con cera en
los oídos, pues era el marco de una celebración especial en su tierra natal,
también advirtió que en la parte del crescendo
se sostuvieran en la última nota del corte unos veinticuatro compases que allí
haría algo especial para su público. Pensando que era una extravagancia de su
director, los músicos accedieron sin rechistar.
Sin darle más vueltas al asunto,
Fabrizio Barbacalli llegó a la Cúpula de Cristal donde tocaría la pieza más famosa
de su repertorio. Dijo a los políticos que no cobraría ni un céntimo por tocar
la obra pero que todo el pueblo, desde niños hasta ancianos deberían escuchar
la obra de principio a fin y que nadie podía salirse así fuera la música más
fuerte que hubieran escuchado jamás. Los políticos accedieron a sus peticiones
e invitaron a todos lo que estaban en ese lugar, incluyendo a su célebre
director, el viejo Pietro Ferenello. El violinista ahora director, sonrió de
manera macabra y se dispuso a ordenar la hoja que llevaba escondida en su saco
para esta ocasión, partitura para un violín líder.
Y aquí es en donde comienza la historia,
el joven director que mira a su viejo adversario con una furia demencial,
mientras este piensa que este soneto los llevará al mismísimo Infierno a todos
los presentes. Y se eleva el crescendo y muchos se desmayan ante el
ensordecedor vibrar de las cuerdas flotadas, el clamor de los bronces y el
redoble infinito de los timpani, que entra acorde con el palpitar del corazón.
Y allí, es cuando Barbacalli, saca el violín de su amigo y toca una melodía tan
disonante con el sostenido del fondo que a algunos se les revientan los
tímpanos y caen mirando la infinidad del cielo, mientras otros enloquecen y se
golpean contra las paredes y el piso para que el sonido que los inunda cese en
sus mentes.
Al mismo Barbacalli le chorrean las
orejas al no poder aguantar, pero poco le importa, su cara se ha transformado
en una mueca de ira irrefrenable mientras contempla como a su enemigo Pietro se
retuerce en el suelo como si estuviera envenenado por algún terrible bebedizo que
le carcome por dentro. Cuando los compases sostenidos terminan se unen con el
final haciendo un gran estrepito que hace que se abra la tierra y salga
ardiente fuego que calcifica a los más afortunados.
Una horda de seres escualidos igual de
sobrenatural que la obra, aparece reptando desde las salientes del inmenso
abismo que se había hecho en el centro del salón. Estos, atacan sin descanso a
los sobrevivientes que han quebrantado las uñas de arañar las puertas
firmemente atrancada. Los demonios con sus garras engarfiadas como navajas
filosas, desgarraron piel y carne, y quebraron huesos con su inhumana fuerza.
Ahora los gritos de los que aun vivían parecieran un anexo del soneto que
pareciera nunca acabar, y como si fuera poco, del mismo pozo fatídico salieron
unas magras manos medio podridas y de color de la piel chamuscada para
arrastrar a los cercenados y moribundos que quedaban en el salón.
Pietro se levanta bastante asustado, con
cara incrédula de lo horror que lo rodea y ve a su maldito pupilo con una cara
de demencia. Cuando este ya va a terminar la obra, repone con odio visceral:
— ¡Me destruiste la vida y ahora yo te
la hago un infierno en tu muerte!
Y Barbacalli se lanza contra Ferenello
en un abrazo fatídico, en una mortal
caída contra las llamas del infierno que los engulle sin recelo, al igual que a
todos los que escuchaban. Luego, cuando terminó la obra, los músicos se
levantaron, se quitaron sus vendas y destaparon sus oídos para encontrar a un
auditorio vacío donde solo un hombre permanecía en pie y aplaudía con
efusividad.
¿Y bien? ¿Preguntaran con mucha
curiosidad acerca de su narrador? o ¿quién fue esa persona que vivió para
contar aquel relato macabro? Lo que contestaré es que era muy allegado a
Barbacalli. Ese día, el mismo Fabrizio me pidió que los encerrara a todos y que
no fuera a su concierto y se lo juré, mas sin embargo no podía dejar de
escuchar la pieza final que le había dado en su inspiración y que había
susurrado en los momentos donde más se agitaba cuando escribía. Cuando salí,
recogí mi bastón que atrancaba la puerta y deje salir a los músicos y mientras
se despedía uno de ellos me dijo así:
— ¡Qué extraña empuñadura tiene su
bastón, señor Teufelmann! parecido a un macho cabrío.
Yo sonreí y le pagué a los músicos
mientras recogía las partituras del Soneto de Barbacalli con los cuales
practicaría en mi cálida y muy al sur morada.
(2013)