domingo, 10 de mayo de 2020

A la Voz del Cuento!

El Ultimo Canto de Casonetto.

"¿He dicho normal? Debería decir que es el disco más extraordinario del mundo. Por lo que sabíamos, era el único que mantenía aprisionada en su delgado interior la esplendorosa voz de Giovanni Casonetto, el gran y maligno genio cuya operística voz había estremecido al mundo, y cuyos sombríos y misteriosos crímenes habían conmocionado a ese mismo mundo." (fragmento)


Encontrarse con Robert E Howard aquí, tan lejos de Texas y no escribiendo lo que todo el mundo conoce de él; Conan el Cimerio, es raro. Publicado por primera vez en Etchings and Oddyssey en 1973, esta obra de tonalidades oscuras la encontré en una recopilación de cuentos que compré muy barata en su momento. Es una joya corta que recomiendo si alguno es fanático de los escritos de Poe y quiere ver algo más que conversaciones deductivas. Lastima que Bob "Dos Pistolas", nos haya dejado tan poco de Costigan y sus sombríos casos. 

sábado, 9 de mayo de 2020

El Soneto de Barbacalli


“Amigo, ¡esto es un marco apropiado para el ultimo canto del sumo sacerdote de Satán!”
El Último Canto de Casonetto – Robert E. Howard.
          
Yo estaba en el público cuando aquel soneto comenzó un terrible y casi que insostenible crescendo que aturdió a tal punto a varios hombres que lo escuchaban. El rostro del director de la pieza; un hombre de contextura magra y cabellos alborotado por la efervescencia de la música, lucia su rostro enfurecido, rojizo y sus dientes apretados en un mordisco de infinita ira. De vez en cuando miraba hacia atrás y veía a un viejo director de la Orquesta Filarmónica de F… y seguía el ritmo siniestro y rutilante casi que haciendo un estropicio con notas que ningún hombre mortal había soñado alguna vez.
         Pero ¿Por qué todo esto? ¿Por qué el director de esta trepidante pieza musical odiaba con fervor al director anterior de la filarmónica donde estaba? Eso es algo que tendríamos que desenmarañar desde el inicio de esta relación dolorosa y despectiva maestro-alumno.
         Pietro Ferenello; el antiguo director de la filarmónica, era un hombre ruin y despiadado con cada uno de sus estudiantes. Y si alguno tenía cierta afinidad musical diferente o poseía algún auge de cambio, su despectivo modo de tratar, desterraba de tu ser la inspiración, no importando que tan bueno fueras. En aquella época; donde Ferenello era un hombre que aun podía sostenerse, llegó a él, un joven violinista cuyos anteriores profesores lo habían catalogado como el próximo Paganini por la pasión y facilidad con la cual tocaba el instrumento. Una verdadera entidad musical era este muchacho conocido como Fabrizio Barbacalli.
         Ferenello se sintió amenazado ante el revuelo que había hecho solo este joven con su carismática presencia y el ardor que poseían sus dorados ojos al tocar la pieza que le pusieran delante de él.  Así que en un ataque de celos, Ferenello delante de todos lo que tocaba, agarró el violín del joven, lo destrozó a patadas y escupió al rostro de Barbacalli mientras decía:
—Esta es una de las peores interpretaciones que he escuchado en mi vida. Vuelva al pueblo de donde vino.
         Aquello no amilanó a Barbacalli el cual se vio a la tarea de buscar un nuevo violín y practicar todas sus piezas con más ahínco. En esa época conoció a la violonchelista Petrova Ivantera con la cual sostuvo una relación en secreto y ella fue la que le regaló su nuevo violín. Fabrizio había probado de las mieles del amor y sentía que podía conquistar cualquier montaña por sacarle una sonrisa a Petrova y desobedecer los viejos estatutos que colocaba incansablemente el viejo director de la orquesta. Tanto que algunos de los estudiantes comenzaron a preferir las nuevas formas con las que tocaba Fabrizio antes que la rudimentaria y ortodoxa manera de Ferenello.
         Se cuenta que en uno de los ensayos para montar una de las obras de Ferenello, uno de los violinistas comenzó un ataque descendente que no iba en la obra. Era melodioso, pareciera entrar a un profundo abismo de sentimientos encontrados dándole alma a la obra de Ferenello. El maestro estalló con una rabieta amenazando al muchacho con la varita del director y cuando este se presentó al frente, le cruzó la cara con una bofetada, la cual reventó sus labios. El viejo preguntó:
         — ¿En dónde has escuchado esa música degenerada? ¿Qué haragán abusó de la música de tal manera?
El muchacho respondió con furia en sus ojos:
—Fue Barbacalli y su expresión musical.
         El viejo Ferenello estaba furioso ante tamaña ofensa proferida por un don nadie. Atravesó los pasillos de la academia hasta encontrar la romántica escena de Fabrizio y Petrova que tocaban una sonata compuesta por ellos. Era genial, y contenía sentimiento que rellenaba el espacio donde estaba. Pero, Ferenello arribó como un toro y aferró el cuello de Fabrizio, lo golpeó con el revés de su mano, proyectándolo contra unos estantes con libros. Luego vociferó tantos improperios que se volvió insostenible para los castos oídos de Petrova que huyó ante la demencia del maestro. El ruin director de la orquesta lanzó una amenaza tan grave que a Fabrizio se le rompió el alma en dos ante las palabras proferidas por el ruin hombre:
—Hare tu vida miserable Fabrizio Barbacalli. Desearas nunca haber aprendido a tocar un instrumento de ningún tipo. Te exiliaré de las artes y serás tan recordado como los anónimos héroes de la antigüedad. ¡No serás nada! ¡Al olvido te condeno por tu irrespeto!
         Así comenzaron las seguidas desgracias de este artista tan suculento. Pietro Ferenello fue el artífice de muchas macabras coincidencias que se dieron estando en la institución y fuera de ella.
       Solo por nombrar aquellas desgracias, habré de mencionar que los padres de Petrova al enterarse de que su hija sostenía un romance con un vulgar músico que no respetaba las órdenes del director; mandaron a por su hija enviándola a su país natal, donde le buscaron pretendiente, se casó; dándole una buena dote al yerno para callar la semejante vergüenza proferida por su hija al no ser virgen. Y engendró tres niños, con los cuales no tuvo tiempo para volver a tocar el violonchelo. Esto le partió el alma a Barbacalli que cayó en una profunda depresión, solo teniendo conocimiento de causa vagamente pues sostuvo conversaciones con Petrova por cartas hasta su casamiento, el resto de esta mala historia tuve que dársela yo por caridad del pobre hombre cuando le conocí.
Antes de su exilio voluntario, el mismo Pietro envió a Fabrizio a buscar un encargo de unos nuevos pianos al muelle, para que distrajera su congestionada mente que yacía en un estado de desasosiego al haber perdido a su querida Petrova. El viejo se mostró bastante amable ante él, pero debido a su estado, solo se limitó a seguir la orden que lo remitió a uno de sus tantos fatales destinos. De regreso a la academia, dos fuertes y macizos obreros; contratados por el malvado Pietro, cayeron sobre el joven violinista y lo arrastraron a un callejón. Uno de ellos saco un martillo y el otro extendió la mano de su víctima. Barbacalli imploraba perdón y prometía mucho dinero si lo dejaban sano y salvo, pero sus victimarios fueron sordos a las suplicas, complaciéndose con el fatuo crujir de los falanges ante cada golpe que le dieron a sus dedos. Fue la sinfonía desastrosa de su vida y el recuerdo más latente que tenía en su exilio.
Sus chuecos dedos, no tocaron la suavidad de un violín por casi un año y las excelentes melodías que tenía en su cabeza se difuminaban ante el reticente dolor que le provocaba solo pensar que sus manos no podían volver a hacer música. Se había bloqueado a sí mismo su fase de creador musical e ingenio propio de un violinista y maldijo a su dios en ese momento por haberlo dejado desamparado ante el ataque de aquellos hombres.
El oscuro ingenio de Pietro Ferenello atacaría dos meses después cuando una pequeña guerra civil estallo en la provincia de C… los músicos fueron requeridos para engrosar las filas del ejército pues el país, en ese momento, carecía de uno. El maestro argumentó que él no podía ir debido a su edad y que sería tan solo un inútil pero que podían llevar a Fabrizio cuyo vigor y fortaleza le sobraban y no temería morir por los ideales de la nación. Barbacalli fue citado al ejercito con una amenaza que rezaba: “aquel que se acobarda y se queda en su patria será fusilado, aquel que quiera vivir y no combatir puede darse por exiliado”. Ambas opciones le quitaban el aliento al músico cuyo pensamiento pacifista no entraba en las belicosidades que se vivan en las guerras, sin dudarlo, dejó todo atrás y en la noche de ese mismo día, sus pies le dieron el exilio forzoso que le duró casi cinco años.
Aquí hago una pausa querido lector para que asimiles y veas lo ruin y despiadado que puede llegar a ser un hombre que quiere imponer la ley a la fuerza. Buscará cualquier medio para subyugar a los suyos y desgraciará a quien tenga que desgraciar para que su hegemonía permanezca presente. Algunos le han llamado tiranos, otros señores con poderíos humanos, pero yo digo principiante; le llamo principiante. Pues cuando un humano llega a tocar las puertas de lo sobrenatural, su avaricia destructiva y el fuego que emana su venganza no se apagará hasta ver a todo aquel que alguna vez le juzgo mal, en un estado peor del cual se encontró el ofendido alguna vez.
Fabrizio Barbacalli deambuló sin rumbo ni camino fijo. Solo seguía el norte que se le presentaba el sol en su tranquilo día, y en su renuente noche, una luna de brujería y espanto se presentaba ante él y lo hacía tener horrible pesadillas que le avisaban de la proximidad de algún ser que no debía ser de este plano, un ser que lo vigilaba desde las sombras de su mente cansada.
Camino por tantos pueblos y las historias que se fue creando alrededor de él y su grueso estuche de cuero en donde llevaba su violín. Al principio eran cuentos sencillos, desde el hecho de era la vaga alma sin descanso de un reconocido músico que murió en la guerra de C… hasta el grado límite de decir que era un hechicero enviado del infierno el cual recolectaba almas y en el viejo estuche tenía un cuerpo de un feto, el cual había pactado con el mismísimo Lucifer para obtener poder. ¡Las barbaries que dice la gente al ser una manojo de ignorantes!
El violinista en mucho de esos pueblos de camino fue abucheado, apedreado y llamado hereje, y este volvió a maldecir a su suerte. La total desgracia había llegado a su vida. Su aspecto físico cambio por completo, sus mejillas se recogieron dejando ver un esquelético rostro. Su cuerpo se volvió magro, las coyunturas de sus huesos sobresalían y sus ávidos ojos ahora parecieran dos trozos de carbón en un tazón hondo. Sus cabellos y barbas largas y raudas lo hacían ver despreciable.
Cansado de la vida, desvió su rumbo a un peñasco con una abismal caída donde el viento susurraba los nombres quienes habían conciliado la misma idea que ahora germinaba en él. Descargó las pocas cosas que tenía y las colocó a un lado, lloró al verse obligado a tomar tan brutal decisión y ya determinado comenzó a avanzar a donde sería el final de su vida.
Pero algo ocurrió. El triste y lastimero ruido de un violín cerca lo llamo como la voz de su amada profiera su nombre a gritos para que no resolviera las cosas así. Por un momento desistió de tan macabra idea y movido por la curiosidad se dejó internar entre los espesos matorrales de donde emanaba la música. Allí encontró a un grácil hombre, rollizo, y bien vestido. Tenía un mostacho de la época al igual de sus cabellos arreglados y gráciles y dorados como el sol cuando se alza por el horizonte. Vestido de elegantísima forma, tocaba un violín hecho de madera oscura y sus ojos se reflejaban con la misma fuerza con la cual se había visto alguna vez en sus buenos años.
El distinguido hombre se sorprendió al verlo de tal manera como una aparición fantasmal, pero al verlo a él y la ternura con la que contemplaba el instrumento entre sus manos, decidió que era un hombre desdichado que solo buscaba la melodía de su violín. El bien vestido hombre; aun preocupado, reinició su tonada mientras los ojos de Barbacalli volvían a encenderse y se le inundaban en lágrimas ante la belleza de la melodía. Fabrizio, salió de los matorrales como una bestia asustadiza como si le ofrecieran alimento para su alma.
Luego el violinista se detuvo y Barbacalli se alzó, le hizo una seña de que esperará y entró a los matorrales para luego aparecer con un estuche de violín. Había estado tanto tiempo en silencio que solo tenia vagos los recuerdos de cómo se hablaba. Así, le tocó sacar su violín; sucio y destartalado, y tocar lo que mejor pudiera. Ambos se unieron en una melodía que les sabía a infortunio y a crueldad a ambos hombres. Después de tocar ambos se presentaron como músicos. El aseado hombre se presentó a sí mismo como Leonardo Teufelmann y estiró su mano al manojo de huesos que tenía Barbacalli por extremidad.
Leonardo lo invitó a su casa en la colina, una espléndida casa con acabados rústicos y una estética autentica de una forma de ver la vida que ningún ser la había visto. Entre los haberes mágicos de este excéntrico musico, habían instrumentos que el hombre tardaría años en hacer. Había lámparas que alumbraba con un fuego tan irradiante y estaban encapsuladas en bolas de cristales donde no podrían escapar. Pisos de acabados tan limpios y bien logrados con paredes con ornamentos que solo en la imaginación actual se haría referencia a lo que son en la actualidad.
El señor Teufelmann vivía solo en ese lugar, así que él sirvió como amo y criado a su visitante. Calentó agua para que se lavara, le dio ropajes nuevos, hizo aparecer comida en un santiamén y lo sentó a la par de su persona. Leonardo y Fabrizio hablaron largo y tendido durante toda la noche y entrada la madrugada. Fumaron hierbas con los efectos de la adormidera y tomaron los violines haciendo una opereta con tonalidades espantosas para cualquier persona cuerda que tuviera los pantalones de pasar por los horrores que generaban los fragmentos de cada pieza. Después de que los gallos escarbaran en el lodo por el pronto amanecer que venía, los hombres se dispusieron a dormir en sus cuartos hasta después de que el sol hubiera pasado la cúspide de su hora diaria.
Barbacalli casi que se instaló a vivir con el señor Teufelmann y ambos se contaron cosas intimas de su vida pasada. Teufelmann, al enterarse de lo miserable que había sido su maestro, lanzó un improperio y se acercó de manera sonriente a un asustado Barbacalli, susurrándole al oído:
— ¿Y no quieres venganza?
 En ese momento, la ira subió a la cabeza de Fabrizio y dijo lo que sería su frase condenatoria:
— ¡Vendería mi alma al Diablo por cumplir mi venganza! Leonardo, se separó de él y rió de forma cavernosa. Contempló la figura iracunda y extrañada de su amigo, y repuso:
—Sí en verdad te crees capaz de hacer eso, sal al patio a la media noche con tu violín y toca el Ave María al revés, ante ti no aparecerá el mismísimo Satanás pero sí uno de sus servidores. Sé cauteloso y no pidas estupideces; recuerda que tienes una sola oportunidad de inmortalizarte en esta vida y la eternidad para penar en el Averno.
Al comienzo Barbacalli pensaba que se trataba de una broma de mal gusto, pero al ver que su amigo se mantenía en pie y daba por menores de una invocación a un ser infernal, las cosas comenzaron a cambiar. La idea lo espantó y huyó a su cuarto donde la soledad lo embriago de su silencio. Al cabo de unas horas, Leonardo llegó con una charola con té y le ofreció disculpas si lo había ofendido durante el parapeto que antes había dicho. Después dijo a su invitado que iría al pueblo debido a una celebración e incluso le extendió la invitación, más sin embargo Fabrizio denegó con un gesto noble y demostrando la amistad que se habían profesado las últimas dos semanas.
Pero, como ya habíamos dicho anteriormente, la ambición del hombre es más grande que su prudencia; y aún más si es alimentada por la curiosidad. Barbacalli revoloteaba en la cama, sudoroso y pensativo, y siempre despertaba con una melodía en su cabeza, una melodía que le llamaba a tocarla, a sentirla. Su temor fue superado cuando la máquina de la venganza se desarrolló en su mente como una idea que germina en su desesperado corazón. Así que agarró el estuche y salió al patio donde un halo de luna lo fijo desde que se asomó a sus dominios de nocturnos proceder. Y la melodía volvió, y sus dedos se movieron solos, y en una pasión encarnada tocó como solía tocar las cuerdas de su violín. Frotó las cuerdas con bravura y tesón e hizo hablar a su desvalido violín.
Cuando terminó su majestuosa interpretación, hubo un palpable silencio y los vientos se arremolinaron haciendo el ambiente denso. Una grieta se abrió del suelo y emergió un trono donde permanecía sentado un ser salido de la retorcida cabeza de un enfermo. Un hercúleo hombre de piel dorada, de anchos hombros y músculos definidos, pero la excepción era su cabeza y sus extremidades inferiores, pues eran muy parecidas a las de un macho cabrío, con sus largos cuernos retorcidos y su dorada mirada penetrante. En su mano derecha tenía un bastón con la cabeza de una cabra por empuñadura. Y como si fuera poco, el terrorífico ser tenía la habilidad de hablar la lengua de los hombres y su tono era parecido al eco de una piedra que cae al vacío.
Fabrizio estaba incrédulo al ver cosa semejante frente a él y en su mente rondó la idea de partir de ese maldito lugar. Pero el ser mitad cabra, mitad hombre, logró ver a sus ojos y notó un brillo que solo poseen las personas que tienen asuntos pendientes con personas en el pasado. En una grotesca mueca, el demonio sonrió y ladeo la cabeza como si divirtiera por la incomodidad que generaba al violinista, después comenzó un discurso parecido a una salmodia profana e inhumana acerca de su poder y lo que le puede conceder a los hombres con su maldad. Y Barbacalli oyó el discurso con su corazón abierto, escuchando las horribles cosas que este ser se ufanaba en decir y quedó más sorprendido cuando habló con lujo de detalle la desgracia de su vida y el autor material de cada una de sus desgracias. Inyectado con la ira de la verdad, Fabrizio Barbacalli gritó:
—Maldito seas Pietro Ferenello. A ti esta noche ofreceré tu alma al Diablo para que sufras en muerte lo que sufrido yo en vida. Me quitaste todo y ahora solo mi venganza es la que aviva mis ganas de vivir. ¡Donde he de firmar!, pues si he de condenarme por esto, por lo menos a unos cientos quiero llevar conmigo
El ancestral demonio tomó su bastón y golpeó el suelo, haciendo que las brisas se volvieran a arremolinar junto a las hojas secas de un otoño que acompañaba la escena. De la pila apareció un cáliz de oro y el espantoso ser le dirigió una mirada al músico que ahora también miraba al artefacto.
 — ¡Levántalo! —comandó la vacía voz del ser y presuroso obedeció el hombre. En el cáliz había un líquido viscoso, parecido al vino tinto por su color más no por su contextura. En ese instante, Fabrizio sintió una inmensa necesidad de beberlo a lo cual los brillantes ojos del macho cabrío resplandecieron con placer ante semejante debilidad humana. Bebió con los ojos cerrados hasta que no quedo ni una gota en la copa, cuando los abrió no había nada a su alrededor, solo oscuridad y un bosque seco donde sus retorcidas ramas recordaban a seres proveniente de planos más allá de la existencia.
Cuando regresó a la casa, tomó el violín entre sus manos y como un alud de pensamientos miles de sonatas llegaron a su mente, agolpadas y como si quisieran salir por cualquier medio que encontraran. Barbacalli, en una sola noche, perfeccionó su técnica con el violín y aprendió a tocar la gran mayoría de los instrumentos que había en la casa de su amigo Leonardo.
Cuando el señor Teufelmann llegó, encontró un magno desorden por toda la sala y los cuartos. Las paredes estaban pintadas con miles de notas y acordes cuya interpretación debía ser algún acto diabólico. Siguió con cierto temor, apartando los instrumentos con su bastón, hasta que encontró a una figura sentada frente a su mesa de negocios. Cuando arribó y quiso impactar a aquel saqueador, se halló con la figura de su amigo Barbacalli. Pareciera como si estuviera en un trance, con los ojos entornados hacia arriba y su manos convulsas hacían pentagramas musicales que eran rellenados con acordes de infinitos tiempos. A su alrededor habían miles de hojas regadas donde se veía en las partes superiores nombres de instrumentos que complementaban la sobrenatural obra que hacia Barbacalli en ese momento.
De un momento a otro, el perturbado Fabrizio se detuvo y cayó exhausto debido a la noche que había tenido. Leonardo salió del despacho y le trajo unas cobijas para que pudiera dormir con su demencial obra. Cuando despertó, estando más en sus cabales, revisó pieza por pieza hasta unirlas en el soneto que le daría la fama con la cual podría cobrar su ofensa. El Soneto de Barbacalli fue, “una obra exquisita” dijeron algunos críticos de la época, mas pareciera como si las notas se cortaran en el crescendo, dando un final prematuro aunque igual de novedoso y espectacular.
Teufelmann fue el que la hizo famosa. El filántropo, teniendo las propiedades monetarias para hacerlo, contrato a una filarmónica para su amigo Fabrizio. Y esta orquesta se presentó en una de las plazas más reconocidas del mundo. Aunque tocaron al frente de una audiencia incrédula al ir y escuchar a un director musical salido de ningún lugar, la sorpresa fue tal que los aplausos duraron casi un cuarto de hora, ante el asombrado Fabrizio que sonreía complacido ante el singular espectáculo que había dado.
Pronto su fama se extendió por todo el continente y los ministros de cultura hablaban de temporadas enteras para escuchar El Soneto de Barbacalli, dirigido por el mismísimo Barbacalli en personas. Muchos señores de alta alcurnia se arrodillaron ante él y besaron sus pies mientras lloraban al sentir la pasión de la pieza musical. Y mientras Leonardo gozaba con el dinero que aumentaba de manera desproporcional y daba fiestas que terminaban en orgias interminables con varios días de duración, Fabrizio solo esperaba la carta de su país.
         Su deseo se concedió en una tarde del séptimo invierno fuera de su patria. Una carta con el sello del Imperio llegó hasta su puerta, implorando que presentara su majestuosa obra a un país que necesitaba de arribo y empuje después de la demoledora guerra. Que no había mucho por pagar pero perdonarían su falta contra la Patria si presentaba su obra. Leonardo renegó pero a Fabrizio solo le interesaba su venganza y sin más decidió llegar a su tierra.
Llamó a sus músicos que ya eran avezados en la pieza y dijo que esta vez, tocarían con los ojos vendados y con cera en los oídos, pues era el marco de una celebración especial en su tierra natal, también advirtió que en la parte del crescendo se sostuvieran en la última nota del corte unos veinticuatro compases que allí haría algo especial para su público. Pensando que era una extravagancia de su director, los músicos accedieron sin rechistar.
Sin darle más vueltas al asunto, Fabrizio Barbacalli llegó a la Cúpula de Cristal donde tocaría la pieza más famosa de su repertorio. Dijo a los políticos que no cobraría ni un céntimo por tocar la obra pero que todo el pueblo, desde niños hasta ancianos deberían escuchar la obra de principio a fin y que nadie podía salirse así fuera la música más fuerte que hubieran escuchado jamás. Los políticos accedieron a sus peticiones e invitaron a todos lo que estaban en ese lugar, incluyendo a su célebre director, el viejo Pietro Ferenello. El violinista ahora director, sonrió de manera macabra y se dispuso a ordenar la hoja que llevaba escondida en su saco para esta ocasión, partitura para un violín líder.
Y aquí es en donde comienza la historia, el joven director que mira a su viejo adversario con una furia demencial, mientras este piensa que este soneto los llevará al mismísimo Infierno a todos los presentes. Y se eleva el crescendo y muchos se desmayan ante el ensordecedor vibrar de las cuerdas flotadas, el clamor de los bronces y el redoble infinito de los timpani, que entra acorde con el palpitar del corazón. Y allí, es cuando Barbacalli, saca el violín de su amigo y toca una melodía tan disonante con el sostenido del fondo que a algunos se les revientan los tímpanos y caen mirando la infinidad del cielo, mientras otros enloquecen y se golpean contra las paredes y el piso para que el sonido que los inunda cese en sus mentes.
Al mismo Barbacalli le chorrean las orejas al no poder aguantar, pero poco le importa, su cara se ha transformado en una mueca de ira irrefrenable mientras contempla como a su enemigo Pietro se retuerce en el suelo como si estuviera envenenado por algún terrible bebedizo que le carcome por dentro. Cuando los compases sostenidos terminan se unen con el final haciendo un gran estrepito que hace que se abra la tierra y salga ardiente fuego que calcifica a los más afortunados.
Una horda de seres escualidos igual de sobrenatural que la obra, aparece reptando desde las salientes del inmenso abismo que se había hecho en el centro del salón. Estos, atacan sin descanso a los sobrevivientes que han quebrantado las uñas de arañar las puertas firmemente atrancada. Los demonios con sus garras engarfiadas como navajas filosas, desgarraron piel y carne, y quebraron huesos con su inhumana fuerza. Ahora los gritos de los que aun vivían parecieran un anexo del soneto que pareciera nunca acabar, y como si fuera poco, del mismo pozo fatídico salieron unas magras manos medio podridas y de color de la piel chamuscada para arrastrar a los cercenados y moribundos que quedaban en el salón.
Pietro se levanta bastante asustado, con cara incrédula de lo horror que lo rodea y ve a su maldito pupilo con una cara de demencia. Cuando este ya va a terminar la obra, repone con odio visceral:
— ¡Me destruiste la vida y ahora yo te la hago un infierno en tu muerte!
Y Barbacalli se lanza contra Ferenello en un abrazo fatídico,  en una mortal caída contra las llamas del infierno que los engulle sin recelo, al igual que a todos los que escuchaban. Luego, cuando terminó la obra, los músicos se levantaron, se quitaron sus vendas y destaparon sus oídos para encontrar a un auditorio vacío donde solo un hombre permanecía en pie y aplaudía con efusividad.
¿Y bien? ¿Preguntaran con mucha curiosidad acerca de su narrador? o ¿quién fue esa persona que vivió para contar aquel relato macabro? Lo que contestaré es que era muy allegado a Barbacalli. Ese día, el mismo Fabrizio me pidió que los encerrara a todos y que no fuera a su concierto y se lo juré, mas sin embargo no podía dejar de escuchar la pieza final que le había dado en su inspiración y que había susurrado en los momentos donde más se agitaba cuando escribía. Cuando salí, recogí mi bastón que atrancaba la puerta y deje salir a los músicos y mientras se despedía uno de ellos me dijo así:
— ¡Qué extraña empuñadura tiene su bastón, señor Teufelmann! parecido a un macho cabrío.
Yo sonreí y le pagué a los músicos mientras recogía las partituras del Soneto de Barbacalli con los cuales practicaría en mi cálida y muy al sur morada.
(2013)